EL LADO OSCURO DEL TELETRABAJO
Juan Fernández de la Cueva Martínez-Raposo
-Director del Secretariado diocesano de Pastoral del Trabajo de Madrid-
1.3.21
El impacto de la Covid en el ámbito laboral aumenta la fractura de una sociedad partida, con una élite que trabaja desde casa y el resto luchando por sobrevivir.
El ilustre profesor de Economía Marcel Fafchamps acaba de lanzar su pronóstico sobre el impacto de la pandemia en el futuro del trabajo. Según él el coronavirus con sus largos períodos de confinamiento más o menos estrictos dividirá a los trabajadores en tres clases:
- Los privilegiados: aquellos que se han instalado en el teletrabajo acreditando una formación cualificada y se benefician de las ventajas de la economía digitalizada.
- Los esenciales: aquellos con ocupaciones que exigen presencialidad antes, durante y después de los confinamientos.
- Los desempleados: aquellos que directamente quedarán excluidos por la implantación de las nuevas tecnologías.
Cualquiera que no pueda trabajar desde casa ganará comparativamente menos que los que adopten el teletrabajo como medio de vida, debido a que los empleadores se ahorran dinero con éstos últimos y a la mayor garantía de mantener durante más tiempo este tipo de trabajo.
Muchos de los trabajadores esenciales serán desplazados o despedidos por este creciente predominio del teletrabajo. Por ejemplo, aquellos que sirven de apoyo a la vida laboral (restauración, transporte, fabricación de automóviles, mantenimiento de edificios de oficinas, etc.) Surgirá una economía para satisfacer las necesidades de quienes trabajan en casa, los trabajadores esenciales ganarán comparativamente menos y se volverán invisibles (como había ocurrido antes con las empleadas de hogar e incluso ahora que, aun reconociendo su calificación de trabajo esencial, no han sido remunerados por ello)
Por último, quedan muchos que perderán el trabajo por no haber tenido ocasión de formarse en digitalización, condición indispensable para el teletrabajo. Estos despedidos, sobre todo los de larga duración, se sitúan a un paso de la exclusión.
En definitiva, es inquietante que la pandemia haya convertido el trabajo en un terreno más abonado para la desigualdad económica y social. Claro que la pandemia no es la causa esencial, sino la circunstancia que ha madurado el fruto de un sistema económico que produce y alimenta cada vez mayor desigualdad estructural. El Papa se atreve a calificarlo de “economía que mata”
“Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida” (EG 53)
Sería extremadamente imprudente no prestar atención a la desigualdad económica y social que el neoliberalismo ha producido y aumentado con ocasión de esta pandemia. Ya antes incluso de la Covid-19 existía un descontento generalizado, especialmente entre la vieja clase trabajadora, que con razón siente que la automatización y la globalización los han dejado más indefenso.
No culpemos a la pandemia de esta situación. El teletrabajo ha venido para quedarse y bienvenido sea porque tiene la potencialidad de favorecer el bienestar del trabajador y la productividad de las empresas. Pero no lo dejemos en manos de una economía que no tiene en cuenta la situación estructural de injusta desigualdad, sino que la provoca y favorece.
Los creyentes hemos de estar pendientes de los diálogos entre sindicatos, patronal y gobierno para sacar una ley que regule el teletrabajo de forma que contribuya a disminuir la fractura entre los privilegiados que han tenido ocasión de formarse en digitalización, los trabajadores esenciales sin posibilidad de digitalización y los desempleados al borde de la exclusión. Este es un compromiso esencial en la fe: transfigurar el lado oscuro del teletrabajo. No sería mala idea incluir esta preocupación en la dimensión social de esta cuaresma.
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El teletrabajo debe ser un elemento conciliador para las familias. Debe ser un elemento más dentro de la mejora social a la que todos aspiramos. Es la persona como individuo y luego como grupo la que debe mirar hacia los demás para aportar un plus a las carencias que los demás que puedan tener o en las que se puedan encontrar. Cualquier avance que hace la sociedad, debe facilitar la integración e inclusión de todos sus miembros sin excepción.
No saldremos, del nosotros primero, si no miramos con los ojos de Cristo a los demás.