Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche (Madrid)
SEMANA SANTA EN EL CIE: PASIÓN Y RESURRECCIÓN
[Texto y fotos, Rufino García Antón,
capellán católico del CIE de Aluche
y delegado episcopal de Migraciones en Madrid]
Al concluir el Vía Crucis celebrado en la catedral el Miércoles Santo, nuestro Cardenal Arzobispo, Don José, nos animaba a llevarnos una estación a casa para interiorizar y vivir más su significado real y concreto. Siguiendo esa sugerencia y, sin dejar de contemplar todas las demás realidades que se habían tenido presentes, yo me llevé a casa la undécima estación (“Jesús es clavado en la cruz”), en la que rezamos “con y por los migrantes”. Y mi pensamiento y mi oración se fueron inmediatamente a la realidad de las personas retenidas en contra de su voluntad en los CIE y más en concreto a las retenidas en el CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Aluche, con quienes ya había celebrado la Eucaristía del Domingo de Ramos, acompañando a Jesús en su entrada “triunfal” en Jerusalén y en su condena a muerte posterior, y con quienes iba a celebrar también la Última Cena del Señor el Jueves Santo y su resurrección el Domingo de Pascua.
[Fotos de, respectivamente, Domingo de Ramos, Jueves Santo y Domingo de Pascua:]
Como ya me ha sucedido en años anteriores, ha sido una experiencia que he tenido la gracia y el privilegio de vivir en primera persona, gracia y privilegio que me siento impulsado a compartir por aquello de que “lo que hemos recibido gratis, gratis debemos darlo”.
El ritmo, la densidad y la intensidad de las celebraciones han ido in crescendo desde la ambivalente cara y cruz del Domingo de Ramos, pasando por las profundas palabras y gestos del Jueves Santo hasta la explosión pascual del Domingo de Resurrección. Toda la gran riqueza que tiene la liturgia de estos días cobra una dimensión especial en el CIE que no es fácil de explicar con palabras, pero que se vive y se experimenta con una sobriedad y una autenticidad impresionantes. Destacaría tres cosas relacionadas con cada una de las celebraciones: el silencio sonoro de la lectura de la pasión el Domingo de Ramos, el elocuente gesto del lavatorio de los pies el Jueves Santo y la entrega de una flor “siempre viva” a cada uno de los presentes como signo de la alegría pascual el Domingo de Pascua.
Con respecto al elocuente gesto del lavatorio de los pies del Jueves Santo, cabe decir que ya se ha convertido en un rito espontáneo y significativo que no sea yo solo el que lave los pies a quienes quieran (bastantes, por cierto), sino que sean también ellos los que me los laven a mí. Puedo asegurar que fue un momento especialmente emotivo y lleno de profundo sentido evangélico, como ya sucediera el año pasado.
Si importante es el dato numérico de la participación (en torno a 18 personas el Domingo de Ramos y el Jueves Santo y 30 el Domingo de Pascua), más importante es la calidad participativa expresada de diferentes formas: la atención, la mezcla de tristeza y seriedad en los rostros, las palabras justas y medidas en las intervenciones, la vivencia creyente y orante que se palpa y se contagia, la esperanza contra toda esperanza, el agradecimiento, etc. He experimentado de primera mano que los internos e internas que han participado en estas celebraciones son “peregrinos de la esperanza”. Tres botones de muestra tomados de las confesiones que me han hecho en voz baja cuando han acudido a recibir la bendición antes de irse: “hoy salgo como un hombre nuevo”, “el jueves me deportan y dejo aquí un bebé”, “rece por mi hijo, pendiente de un trasplante de médula”.
Todo lo vivido y experimentado en estas celebraciones me recuerda a un poema de Gabriela Mistral que suele circular durante estos días: “El imaginero”:
“Pero la imagen de Cristo……no la busque de madera, de bronce, de piedra o yeso, ¡mejor busque entre los pobres su imagen de carne y hueso!”.
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