EL RIESGO DE IDOLATRAR LA PROPIEDAD PRIVADA
[Artículo de Juan Fernández de la Cueva Martínez Raposo]
[Artículo inspirado en CAVANAUGH, William, Propiedad privada, acumulación primitiva e idolatría]
El título de este artículo viene avalado por el profeta Elías en el libro primero de los Reyes 21, 1-16. El profeta Elías describe este peligro de la propiedad privada como una lucha de dos dioses: Baal y Yahvé.
Baal es un dios que autorizaba a los reyes cananeos un poder absoluto e inviolable de la propiedad privada. Sin embargo, Elías defendía que Yahvé era el único rey y por eso adjudicaba a los monarcas de Israel la función social de la propiedad. Según esta última manera de organizar la sociedad, cada familia tenía un derecho divino incuestionable a poseer una cuota de propiedad privada.
Ahora bien, el rey Ajab violó este acuerdo porque pretendió caprichosamente ampliar su jardín de palacio adueñándose de una viña colindante propiedad del campesino Nabot quien se negó a vender la herencia de su padre pues suponía violar la ley de Yahvé. Ajab se sintió muy ofendido porque un vulgar campesino le negó esa propiedad privada.
El litigio se complicó cuando su esposa Jezabel, promotora del culto de Baal, hace matar a Nabot tras un juicio falso y ofrece la viña al rey Ajab. Por último, Yahvé reprueba al rey Ajab, con esta acusación en boca de Elías: “¿Así que, después de matar, te adueñas de una propiedad de un pobre campesino?”
Esta narración bíblica refleja al Dios de la vida, en Israel, frente a los dioses que matan y se adueñan de la función social de la propiedad privada por influencia de la idolatría a Baal.
Dando un gran salto, podemos decir que en la historia viene ocurriendo lo mismo: el capitalismo industrial y el colonialismo, han intensificado la apropiación indebida de la propiedad social. Los gobiernos y empresas del hemisferio Norte se han hecho con el control de enormes tierras y riquezas naturales del Sur sin importarles expulsar por la fuerza a sus propietarios milenarios. Son de sobra conocidos los métodos de apropiarse de la selva amazónica y la entrega de bosques en Etiopía a empresas de capital extranjero.
Pasando a la época actual, grandes multinacionales como Google, Facebook, Verizon… han seguido esta trayectoria de enajenación empeorando su calificación ética. En este caso se adueñan de la ”experiencia humana”. Es lo que ahora se ha venido a llamar “La era del capitalismo de la vigilancia”.
Grandes corporaciones vigilan y rastrean nuestros hábitos, pensamientos y opiniones a través del gran consumo online y los dispositivos “inteligentes” y los venden para su propio beneficio. La cosa es éticamente más grave porque el colonialismo prosperó por la expropiación de recursos naturales, mientras que el “capitalismo de la vigilancia” expropia nuestra vida personal, propiedad de los ciudadanos, en aras de la propiedad privada.
Algún lector puede aducir que este “capitalismo de la vigilancia” no ha acudido a Dios para justificar la apropiación indebida. Pero eso no es realmente cierto porque la Doctrina Social de Ia Iglesia (DSI) atribuye a este “capitalismo de la vigilancia” la cualificación de estructura religiosa bajo la bandera del laicismo, tal como lo argumenta el papa Francisco:
- su dios es el dinero al estilo de Baal o de ídolo del becerro de oro (EG 55);
- su teología y sus dogmas son el lucro y el mercado divinizado (EG 56);
- su culto es el consumismo al que propone que nos entreguemos sin tregua para celebrar al venerado dios dinero (EG 60);
- sus profetas modernos son los economistas de los mercados financieros, quienes sacralizan “los mecanismos del sistema económico imperante” (EG 54).
En este sentido, la DSI tiene como abanderado de esta denuncia a S. Juan Pablo II bajo el concepto de “hipoteca social”: “el derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava ”una hipoteca social (…) fundada y justificada sobre el principio del destino universal de los bienes” (SRS 42). De modo que la propiedad privada solo es justificable si sirve a una necesidad común.
En palabras del papa Francisco: “Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (LS 89).
En conclusión: dentro de la teodicea católica, toda propiedad privada solo puede considerarse una participación en la propiedad de Dios que nos ha hecho “familia universal e inefable comunión”. ¡Cuidado!, la propiedad privada puede rozar la idolatría.
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